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sábado, 7 de marzo de 2009

Diario de una movilización



Como todo principio de año, uno imagina que las ilusiones y esperanzas de “un mundo mejor” vienen fresquitas, pero pareciera que son otra de las tantas ideas vagas de una sociedad que sigue peleando en estos tiempos de desordenes políticos, económicos y sociales. Pero a pesar de estar cerca de ese tan anhelado comienzo de año, la situación volvía a repetirse...
Era la madrugada del 4 de marzo de 2009 y era el tercer día en el que casi medio país no iría a la escuela. Era el tercer día de una lucha que, a la vista, se pintaba interminable.
El cielo amenazaba con su bendición. Y, casi sorprendentemente, me encontré con un grupo de gente: estaba con ese batallón de portadores del guardapolvo blanco, jefes de las tizas, padres adoptivos de hijos casi desconocidos, hiladores de sueños y estandarteros de las frases “se puede cambiar”, “la lucha sigue”.
Había un destino: la capital provincial. Había un porque: no alcanzaban $45 para seguir viviendo.
Empezaba “la odisea”. En los relojes marcaron las cinco y cuarto. Todos arriba. Cada conjunto de kilómetros recorridos significaba una parada para sumar a este grupo más soñadores. Se escuchaban a coro los ¡buen día! Era un ambiente muy informal, es más, hasta me sonaba familiar. Por momentos de carcajadas y por otros de tensión. Salían charlas de todo tipo y desde temprano se sentía ese olor inconfundible a mate amargo, compañero infaltable en cualquier aventura.
Otra parada para cargar los termos. Apurados por Pocholo, el comandante, el del silbato que los llevaba al ritmo. Cuatro horas y pico de viaje por delante... ¿cansadoras? Para nada, al contrario, se sobrellevaban y muy bien.
De a ratos algunos ojos cerrados, como ilusionados, trataban de dormir frunciendo el ceño al escuchar un par de escandalosos y extrovertidos grillos tan característicos. Mientras, una guitarra también descansaba cerca esperando a algún cantor comedido.
Empezó a caer entonces “la bendición” del cielo. Invitaba a dormir. Pero en el horizonte ya aclaraba el día. Vidrios empañados y una sensación de frío: era casi psicológico, todos abrigados.
Nacían algunos cánticos. Miraba hacia atrás y se balanceaban un par de brazos acompañando el ritmo. Ensordecían los pitos. Y es que habíamos llegado.
Casi parecido a la casa de un pariente: “¡Querida!, ¿cómo estas?”; “¡pasen!”, “sírvanse...”. Para los entendidos, estábamos en “la central”. Llamados telefónicos de todos lados; allí era la concentración.
Seguía cayendo gente al baile como agua por las calles. Pero esto no era motivo para quedarse encerrados. Y ante semejante situación, ¿qué mejor idea que unas bolsas de consorcio para fabricarles a los más chiquitos sus capas de lluvia?
Así es que después de estos momentos artísticos, risas, mates; algunos arreglos y un poco de espera, salieron. Unas 200 personas, quizás un poco más. Paraguas abiertos de todas las clases, tamaños y estilos le daban color a esa mañana tan nublada. Banderas rojas y negras y pancartas se agitaban. Sonaban también un par de redoblantes egoístas, que obligaban a escucharlos.
Uno, convencía delante de todos como si estuviese enfrente del aula. Los demás, alentaban con sus aplausos. Los cánticos erizaban la piel. Testimonios muy duros. Caras de circunstancia o de preocupación quizás, se mezclaban con gestos de satisfacción hacia el que hablaba.
“¡Sí, Compañero!”, “¡Tiene razón!”; “¡Hijos de puta!” se oía. Y, seguramente, más de una lágrima de impotencia, como escondida, rodó en algunas mejillas sin que nadie lo tomara en cuenta.
Padres, hijos, docentes, vecinos y algún que otro medio. Eran, y éramos uno por “la causa”.
Causa que siempre tuvo a su protagonista: la irresponsabilidad frente a la escuela pública de parte de un Estado casi invisible.
El mejor testigo de lo que estaba ocurriendo era el Desarraigo. Y como siempre, las únicas víctimas eran, son y, si todo sigue igual, seguirán siendo dos: “el semillero” y la Educación.

Melina Arnau, desde Federación.
Sábado 7 de marzo de 2009.
Contacto: ma_2092@hotmail.com

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